martes, 24 de abril de 2012


AMOR A PRIMERA VISTA

La segunda entrega de la serie dedicada a Wislawa Szymborska, la poeta polaca, Premio Nobel de Literatura en 1996, cuyos versos llenaron de belleza nuestra emisión de hace siete días, se centra en poemas en los que el tema del amor adquiere un papel primordial. Se trata de versos en los que, efectivamente, aparece el amor como protagonista, tanto de un modo expreso y principal como ocurre con algunos de los poemas, quizá los más conocidos de la escritora polaca, entre ellos el que da título a esta entrada y con el que se pone fin a la emisión, como de una manera más lateral e indirecta, pero igualmente sugestiva, en el resto de los se ofrecen en el programa.

Para ayudar a conocer mejor el universo de nuestra escritora invitada os transcribo una muy interesante e ilustrativa entrevista publicada en El País el 5 de diciembre de 2009, en la que Javier Rodríguez Marcos indaga en la vida y la obra de Wislawa Szymborska, logrando, con inteligencia y cercanía, que la poeta se muestre de un modo cálido, con la lucidez y el sentido del humor habituales en ella.

Y entre la poesía, más belleza: una decena de espléndidas canciones que complementan con su ritmo dulce y algo triste, lánguido y levemente melancólico, los versos leídos. Canciones, por cierto, y sólo he caído en la cuenta al finalizar la elaboración del programa, interpretadas por mujeres, en una nueva demostración del interés, aunque esta vez sólo a medias consciente, que en Buscando leones en las nubes nos suscita el mundo femenino. Lana del Rey (la última It girl, omnipresente estos días en nuestros medios de comunicación, y cuya aparición en la emisión en estas fechas es simple casualidad, pues el programa está elaborado hace casi dos meses), Cat Power (cuya magnífica Willie protagoniza nuestra sección de vídeos), Eilen Jewell, Stacey Kent, Shelby Lynne, Karen Souza, Sarabeth Tucek, Ruth Cameron y Heather Nova son las intérpretes que suenan en la emisión.


Pequeños detalles de Szymborska

“Todo termina siendo metafísico”, pero un único apunte puede hacer que un poema resista al tiempo, afirma la Nobel polaca, de 86 años, poseedora de un humor afilado y certero, que publica en España su último poemario y su obra en prosa.

Wislawa Szymborska está en su casa, pero pide permiso para fumar. “Una vez”, cuenta, “recibí una carta de varias páginas en la que una mujer me pedía que dejara de fumar. Me hubiera gustado responderle: he ido a tantos entierros de gente que nunca había fumado y que era más joven que yo... Me limité a decirle que le agradecía que se preocupara por mí”. Szymborska nació hace 86 años en Kórnik, cerca de Poznan, al oeste de Polonia. Ahora vive en un bloque descolorido sin ascensor -una especie de vivienda de protección oficial- en un suburbio de Cracovia, la ciudad de la que no se ha movido desde que su familia emigró allí cuando ella tenía ocho años, en 1931.

La memoria, de hecho, está muy presente en su último libro de poemas, Aquí (Bartleby), publicado en Polonia este mismo año. Su aparición en España coincide con la primera traducción de su prosa, Lecturas no obligatorias (Alfabia), una selección de las vibrantes notas que durante años publicó en una particular sección de los periódicos. Allí, y en un par de folios, comentó a Jüng y a Montaigne, pero también libros de jardinería, pájaros y decoración. El resultado es pura chispa. Así, del Poema del Cid dice: “Fue escrito por un Balzac medieval. La guerra es para él, ante todo, una empresa financiera. Dado que la guerra es costosa, ésta debe ser rentable. La cabeza del caballero, hasta que alguien se la corta, estaba siempre llena de cálculos”. Y al comentar un manual de ideogramas chinos apunta: “Esposa es una mujer y una escoba; amante, una mujer y una flauta. Desconozco la existencia de un signo que represente el ideal al que nos conducen todas las revistas europeas para mujeres: la fusión de la escoba y la flauta”.

Cuando Szymborska ganó el Premio Nobel en 1996 no había más que un puñado de poemas suyos traducidos al español en una antología colectiva. Hoy lo está toda su poesía. No hace tanto, además, tuvo su minuto en las crónicas políticas. Fue el día que Patxi López leyó su poema Nada dos veces en su toma de posesión como lehendakari.

Son las 11 de la mañana y en una mesa hay café, galletas y chocolatinas. Ella añade una botella de coñac que abre para la ocasión. Antes de servirse una copa, sirve a los demás: Abel Murcia, traductor de sus libros al español, director del Instituto Cervantes de Cracovia e intérprete durante la charla; el fotógrafo, venido desde Varsovia, y el periodista. Mientras dura el primer café está también Michal Rusinek, secretario de Szymborska y escritor y traductor él mismo. “Michal, con todo lo que escribe y el montón de temas que lleva, dentro de poco necesitará usted una secretaria. Tal vez podría contratarme”, bromea la escritora. Él contesta arqueando las cejas: “No sé si me convence”.

Rusinek es quien lidia con los mil compromisos que acechan a la poeta desde el Nobel. “¿Que si el premio me cambió la vida? Y tanto. Para bien y para mal. Para bien, porque multiplicó el número de cartas que me envían, de paquetes con libros, de invitaciones, de propuestas y de preguntas a las que hay que responder en las entrevistas”. Y socarrona, añade: “Para mal, porque multiplicó el número de cartas que me envían, de paquetes con libros, de invitaciones, de propuestas y de preguntas a las que hay que responder en las entrevistas. A las invitaciones para viajar a otros países siempre respondo lo mismo: cuando sea más joven”.

Días antes de la cita, Wislawa Szymborska había pedido la lista de temas sobre los que tendría que hablar en Cracovia. Una vez allí aclara el porqué: “Aunque luego hablemos de lo que sea, así al menos puedo pensar y decirle a usted algo coherente. No crea que soy brillante. Hay preguntas para las que no tengo respuesta”. No le gustan las fotos, así es que trata de distraer al fotógrafo cuanto puede: “Si hubiera venido hace 30 años... con esa cámara tan aparatosa me sacará todas las arrugas, ¿verdad? ¿No podría retocarlas un poco, como hacen con Sharon Stone?”. Al cabo de unos minutos vuelve al ataque: “¿Es usted tan alto porque no fuma? ¿Hizo el servicio militar? Descanse un poco, deje la cámara y tome otro coñac”.

Café, coñac, chocolatinas. Parece un buen momento para hablar de la muerte. Sobre la muerte sin exagerar, como dice uno de sus poemas más célebres, escrito con esa mezcla de emoción e ironía -poesía sin lirismos de manual- que sorprendió al mundo cuando su obra fue distinguida por la Academia sueca. En Aquí, Szymborska dice que hay temas sobre los que debe escribir sin demorarse mucho porque “el tiempo apremia”.

PREGUNTA. ¿Al escribir este libro pensaba en la muerte?
RESPUESTA. Para mí la vida es una aventura con fecha de caducidad. Cuando estaba en la escuela murió una profesora y tuve conciencia de la muerte como algo natural. Con 86 años pienso igual que con 8.

P. ¿Y eso influye cuando escribe?
R. Yo no escribo sobre la muerte. Es una de las cosas más fáciles de hacer en poesía. Y no es verdad que tenga un poder ilimitado. No consigue todo lo que quiere y cuando quiere. Es cierto que hay poemas buenísimos sobre la muerte, pero en general es fácil porque despierta sentimientos y emociones fáciles, la ternura y todo eso.

P. ¿El amor también es un tema facilón?
R. Ah, ése ya no es tan fácil. Y lo más difícil es el erotismo, que de hecho se ha tocado muy poco en poesía. Nunca he leído un poema que sea capaz de trasladar lo que sucede entre dos personas. Hablo del erotismo puro, no del amor como sentimiento, que sí es más fácil de expresar.

P. Hay más literatura en los amores difíciles.
R. Tal vez, pero yo he tenido la gran suerte de vivir algunos amores, y mis recuerdos son muy felices. Pero no hablemos de mí, que todo eso ya está en los poemas.

P. ¿Hay palabras que trata de evitar especialmente cuando escribe?
R. Las arcaicas y las grandilocuentes. Pero hay palabras que utilizo raramente y con ciertas dudas. Cuando intento describir algo como “bello”, por ejemplo. La belleza es una idea relativa, que depende de la tradición y de las costumbres, y sobre todo de los gustos personales, que el lector puede no compartir. Para mí, las catedrales románicas son más bonitas que las góticas, la cerámica más bonita que la más refinada de las porcelanas y la muñeca de trapo con la que en mi infancia podía hablar de cualquier cosa, mil veces más bonita que esa horrorosa Barbie. Porque, a ver, ¿sobre qué se puede hablar con una de esas Barbies? Bueno, a lo mejor de trapitos y esmalte para las uñas.

P. Sus poemas hablan de los grandes temas, pero parecen huir de las abstracciones.
R. Cualquier poema bueno se convierte de alguna manera en algo abstracto. Pero siempre tiene que ver con la realidad, con la vida del poeta o con la vida de otros. Las cosas bellas tienen también algo de metafísicas... No le veo muy de acuerdo.

P. Me refería a que en el poema Metafísica habla usted de los fideos con tocino.
R. Es que todo termina siendo metafísico. Pero más que por los grandes temas, la poesía se salva por los pequeños detalles. Hay poemas antiguos que han pervivido gracias a un solo detalle. Pero me temo que estoy generalizando... sobre los detalles [se ríe].

P. ¿El humor le sirve para escribir sin vergüenza sobre temas más serios?
R. Es mi forma de ser. Desde niña he tenido tendencia a darle vueltas a un asunto y a buscarle la parte cómica. Hay cuestiones, sin embargo, que ni me hacen gracia, ni me han hecho nunca gracia, ni me la harán: el odio, la violencia, la estupidez agresiva.

P. ¿De niña leía poesía?
R. No. En mi casa había sólo dos libros de poemas del siglo XIX. Y tampoco los leía. Siempre quise escribir novelas gordas. Al principio creía que si alguien aspiraba al título de escritor tenía que ser autor de novelas de varios tomos y cientos de páginas. No pasé de relatos mediocres. Un día escribí un poema, horroroso, y se lo pasé a la gente que trabajaba conmigo en el periódico. Me preguntaron: ¿pero tú qué lees? Resultó que no conocía los poetas contemporáneos. Había leído mucha narrativa, a Thomas Mann, a Proust, a Dostoievski, pero de poesía, ni idea. Me tuve que formar un poco.

P. ¿Aprendió algo como poeta escribiendo sus Lecturas no obligatorias?
R. Mis Lecturas no obligatorias no son realmente prosa seria. Son una especie de artículos, a veces serios, a veces divertidos, en ocasiones incluso parecidos a mi poesía. Aunque, como le dije, empecé escribiendo relatos. Pero eso fue justo después de la guerra.

P. ¿Cómo recuerda la guerra?
R. Lo mejor que puedo decir es que sobreviví. Recuerdo el hambre, el frío. Tuve que trabajar haciendo zanjas en la calle. Mi padre fue inteligente: mucha gente huyó de Cracovia y se fue a Lvov, en la actual Ucrania, y pasaron a formar parte de la ocupación soviética. Sobreviví, sí. Pero hubo gente que murió. Mi primó cayó en el levantamiento de Varsovia.

P. ¿Qué función cumple la poesía ante la crueldad del mundo?
R. El mundo es cruel, pero merece también otros calificativos más compasivos. Si únicamente fuera cruel, la gente hace mucho tiempo que no estaría aquí. Habría aquí y allá algunos escombros y crecerían algunas plantas. Plantas anónimas, porque no habría nadie que les diera nombre.

P. ¿Qué piensa de la idea de Adorno de que no se puede escribir poesía después de Auschwitz? Supongo que para una escritora polaca que vive a 70 kilómetros de ese campo de concentración la frase tiene un significado especial.
R. Adorno no tenía razón, y eso lo pudo comprobar personalmente, porque vivió todavía más de veinte años después de terminar la guerra. En ese tiempo hubo poetas nada desdeñables que escribieron poemas nada desdeñables. Si ese trabajo hubiera carecido de sentido, ¿para qué habría servido?

P. ¿Y puede un poeta escribir sobre la historia?
R. Aunque su deseo de no escribir sobre ella fuera muy grande, es imposible evitarlo. Hay poetas para los que la historia es una fuente directa de inspiración. Para mí los mejores en ese aspecto son Cavafis y Zbigniew Herbert. Pero incluso la poesía que carece de cualquier referente histórico se inscribe para siempre en la historia, ya que utiliza un lenguaje que determina de forma exacta dónde y cuándo nace. La poesía supratemporal es una ilusión idiota.

P. ¿La política está destrozando el lenguaje?
R. Siempre lo ha destrozado. El lenguaje de los políticos suele servir para ocultar y no para expresar pensamientos. Pero a algunos políticos no intentaría yo convencerlos de que fueran sinceros: podría darse el caso de que no hubiese nada que ocultar.

P. ¿Recuerda el día en que cayó el muro de Berlín?
R. Estaba en Cracovia y fue un momento maravilloso. Aquéllos fueron unos tiempos inolvidables. La gente de Solidaridad era maravillosa. Luego eso cambió y empezaron a surgir cosas desagradables, pero entonces eran jóvenes y bellos. Estábamos todos eufóricos ... Bueno, ahora pregunto yo: ¿Está usted casado? ¿Tiene hijos? ¿De qué parte de España es?

P. ¿Es verdad que estudió español?
R. Claro. Iba a clase con un profesor que tengo la impresión de que se aprendía de memoria lo que iba a decir porque no sabía mucho. En una época en la que entendía algo me empeñaba en leer a Cervantes con diccionario. Ya sólo recuerdo algunas frases: ¡hasta la vista! Me parece una lengua muy bonita. Un latín bellamente estropeado.

P. ¿Ahora qué lee?
R. Siempre he leído poca poesía. Nunca he sido capaz de leer un libro de poesía desde el principio hasta el final. Y hablo de los buenos. Lo que hago es leer un poema y dejarlo. Luego retomo el libro, y así. Como se puede imaginar, a veces quedo fatal con gente que me ha mandado sus libros porque tardo un año en contestarles con mi opinión, pero ésa es mi forma de leer.

P. ¿Y escribe?
R. Como tengo poco talento, necesito un silencio de varios días: sin llamadas, sin visitas. Conozco pintores que pueden trabajar mientras llevan una conversación. En poesía eso es absolutamente imposible. Pensé que cuando pasara el Nobel el trajín se reduciría, pero no.

P. ¿Y sus collages?
R. Me inventé esas postales precisamente para que todo el mundo reciba algo personal sin que yo tenga que escribir. ¿Ya hemos terminado?

P. Creo que sí.
R. No se vaya sin terminarse la copa. Por cierto, no me ha preguntado por el feminismo. Es que siempre me preguntan si soy feminista o no.

P. ¿Es usted feminista?
R. Yo me niego a tener ninguna etiqueta, pero en Polonia las feministas tienen muchísima razón y muchas cosas por las que luchar: por los sueldos, por derechos que tienen que ver con su cuerpo, porque todavía hay resortes reaccionarios en la Iglesia... Sueño con el momento en que las feministas no sean necesarias.

P. ¿Ha cambiado Polonia con la entrada en la Unión Europea?
R. Ha pasado hace tan poco que es demasiado pronto para valorarlo. Hay problemas, claro está, porque incluso en países más desarrollados que el nuestro los hay. Aquí tenemos problemas con la Iglesia, precisamente, que ya no sigue el paso del desarrollo de la ciencia y de la democratización de la sociedad. Para mí el día en que Polonia entró en la Unión Europea fue un día feliz. Estaba sola en casa y no tenía con quién brindar por el futuro. Pero me serví una copa de coñac y pasé por delante de todas las fotografías de los seres queridos que tengo en casa, y que no llegaron a ver este día.

 
Amor a primera vista

martes, 17 de abril de 2012


PREFIERO LO RIDÍCULO DE ESCRIBIR POEMAS A LO RIDÍCULO DE NO ESCRIBIRLOS

El pasado 1 de febrero, moría en Cracovia Wislawa Szymborska, una escritora genial, una poeta inmensa, Premio Nobel de Literatura en 1996, y a la que yo llevo leyendo con pasión desde el descubrimiento de su obra tras la concesión del galardón sueco, y más exactamente a partir de Paisaje con grano de arena, el espléndido libro que publicó en 1997 la editorial Lumen. La obra de la magnífica escritora polaca protagonizará el programa de esta semana y los de las tres siguientes. Cuatro emisiones en las que podréis escuchar cerca de cuarenta de sus poemas, escogidos de entre los que más me gustan de sus diferentes libros publicados en España. Menciono ahora, por si puedo despertar en vosotros el interés por su consulta, las referencias de los libros que he manejado para realizar la selección que completa estos programas.

En primer lugar, el citado Paisaje con grano de arena que publicó Lumen en 1997, con la traducción de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski. La primera antología aparecida en España de la poeta polaca, altamente recomendable como inicial aproximación a su obra, reúne cien de sus poemas en los que se muestran los rasgos más destacados de su universo poético: el amor, la ironía, el azar, la condición humana. Muy interesante también, no sólo por los poemas escogidos sino por su esclarecedor estudio introductorio, es El gran número. Fin y principio y otros poemas, que publicó Hiperión en 1997 en una edición al cuidado de Maria Filipowicz-Rudek y Juan Carlos Vidal. El volumen lo componen dos de los libros de Wislawa Szymborska, los considerados más valiosos y representativos de su obra, El gran número y Principio y fin, complementados por quince poemas de sus obras anteriores y cinco más que en el momento de la publicación en España aún no habían sido recopilados en libro por su autora. Contiene asimismo el texto El poeta y el mundo, leído por su autora en Estocolmo con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura (que os ofrezco, íntegro, como cierre de esta entrada), así como un estudio preliminar: Wislawa Szymborska, poeta de la conciencia del ser, de la reconocida especialista Malgorzata Baranowska. En Poesía no completa el mexicano Fondo de Cultura Económica propuso, en 2002, una antología de la escritora polaca en la que se recoge una preciosa selección de poemas entresacados de siete de sus libros más algunos otros sueltos. Con introducción de Elena Poniatowska, y la traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano, el libro constituye otra formidable puerta de entrada al peculiar y subyugante mundo de la poeta. Por último, Aquí, que vio la luz en Bartleby Editores en 2009, simultáneamente a su aparición en Polonia, presenta, en la traducción -de nuevo-  de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano, un puñado de poemas en los que se muestra -como indican sus editores- esa aguda e irónica mirada que caracteriza a la poeta polaca. La memoria, el paso del tiempo, la belleza, el amor o el desamor, el dolor, los sueños, la humanidad -en suma- y los misterios de lo cotidiano, todo queda filtrado por una escritura sutil, intimista y clarividente, en apariencia sencilla, que la ha situado entre los poetas europeos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI.

Los poemas que he seleccionado para este primer programa contienen versos en los que he creído encontrar un rastro ligera o abiertamente autobiográfico y en los que, por lo tanto, la voz narradora -literaria- puede confundirse con la de la propia escritora -real-. Fotografías de familia y paisajes de la infancia, descripciones del alma y autorretratos existenciales, dibujos impresionistas de los propios sentimientos e indagación en sus orígenes como ser humano; también alguna exhaustiva enumeración de preferencias y opciones vitales, como en el magnífico Posibilidades que pone término a la emisión. A esta misma “categoría” más o menos autorreferencial pertenece el poema Retrato de mujer que no tuvo cabida en el programa y que os ofrezco ahora aquí.


Retrato de mujer

Tiene que ser para elegir.
Cambiar para que no cambie nada.
Es fácil, imposible, difícil, vale la pena intentarlo.
Tiene ojos, si hace falta, a veces grises, otras azules,
negros, alegres, llenos de lágrimas sin motivo.
Se acuesta con él como primera de la fila, la única en el mundo.
Le da cuatro hijos, no le da hijos, le da uno.
Ingenua, pero da buenos consejos.
Débil, pero puede con la carga.
No tiene nada en la cabeza, pero lo va a tener.
Lee a Jaspers y revistas femeninas.
No sabe para qué es ese tornillo y construye un puente.
Joven, como de costumbre joven, constantemente joven.
Tiene en la mano un gorrión con el ala rota,
su propio dinero para un viaje largo y lejano,
un cuchillo, una compresa y un vaso de vodka.
A dónde va con tanta prisa, ¿no estará cansada?
Claro que no, sólo un poco, mucho, no importa.
O lo ama o está encaprichada.
En las buenas, en las malas y por el amor de Dios.


Para acompañar la belleza y el interés intrínsecos de los versos leídos, salen al aire también algunas canciones preciosas, que se desenvuelven en el tono intimista y recogido, delicado y algo melancólico al que ya estáis acostumbrados nuestros seguidores. Canciones interpretadas por Melody Gardot, Neal Casal, Diana Jones, Fionn Regan (del que os dejo el vídeo de North star lover, la bellísima canción emitida en el programa), Souad Massi, Leonard Cohen, Michelle Simonal, Carlinhos Brown, Sia, Mark Lanegan y Katie Melua.


El poeta y el mundo

Parece ser que en un discurso lo más difícil es la primera frase. Así que ya la he dejado atrás... Pero presiento que también las que siguen serán difíciles, la tercera, la sexta, la décima, así hasta la última, porque tengo que hablar de poesía. Pocas veces hablo sobre este tema, casi nunca. Y siempre me acompaña el convencimiento de que no lo hago muy bien. Por eso no me extenderé mucho. Toda imperfección es más llevadera si se recibe en pequeñas dosis.
El poeta de hoy es escéptico e incluso desconfiado -y puede ser que lo sea sobre todo ante sí mismo. Con disgusto manifiesta públicamente que es poeta, como si se avergonzara un poco. Pero en nuestra ruidosa época resulta más fácil reconocer los propios defectos (basta con que causen impresión) que no las virtudes, porque están escondidas a mayor profundidad y no acabamos de creer en ellas... En diferentes encuestas o en conversaciones casuales, cuando el poeta tiene necesariamente que precisar su ocupación, se define de forma general como “literato”, o da el nombre de la profesión a la que se dedica por añadidura. La información de que tienen que vérselas con un poeta es recibida por funcionarios o por otros pasajeros del mismo autobús con cierta incredulidad e inquietud. Supongo que también el filósofo despierta parecida turbación. Este último está sin embargo en mejor situación porque, normalmente, tiene la posibilidad de adornar su profesión con algún título. Doctor en filosofía -eso sí que suena mucho más serio.
Además, no existen doctores en poesía. Eso significaría que es una ocupación que exige estudios especializados, exámenes aprobados con regularidad, disertaciones teóricas enriquecidas con bibliografía y notas y, por fin, la obtención solemne de diplomas. Esto, por su parte, significaría que para ser poeta no bastarían hojas de papel escritas, aunque fuera con los mejores versos; que sería imprescindible, y eso ante todo, un papelito sellado. Recordemos que en relación a esto deportaron al orgullo de la poesía rusa, más tarde Premio Nobel, Joseph Brodsky. Lo declararon “parásito” porque no tenía la certificación
oficial de que le era permitido ser poeta...
Hace unos años tuve el honor y la alegría de conocerle personalmente. Advertí que sólo a él, entre los que conozco, le gustaba llamarse a sí mismo “poeta”, que articulaba esta palabra sin frenos internos, incluso con cierta provocativa soltura. Pienso que era resultado del recuerdo de las brutales humillaciones que había sufrido en su juventud. En países más felices, en los que la dignidad humana no se puede pisotear tan fácilmente, los poetas anhelan ser publicados, leídos y comprendidos, pero no hacen nada o casi nada para destacar de entre los demás en la vida cotidiana. No hace tanto, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba llamar la atención con ropas rebuscadas y con un comportamiento excéntrico. Esto, sin embargo, era siempre un espectáculo de cara al público. Llegaba el momento en que el poeta cerraba tras de sí la puerta, se quitaba de encima todas las capas, bisutería y otros accesorios poéticos, y se quedaba en silencio, en espera de sí mismo, ante una hoja de papel en blanco. Porque es esto lo que en verdad cuenta.
Es significativo. Constantemente se produce un gran número de películas biográficas sobre grandes científicos o sobre grandes artistas. La tarea de los ambiciosos directores de cine es presentar de una manera creíble el proceso creativo, proceso que conduce finalmente a grandes descubrimientos científicos o a la realización de famosísimas obras de arte. Con más o menos éxito muestran el trabajo de ciertos sabios: laboratorios, todo tipo de aparatos, mecanismos puestos en marcha que son capaces de mantener durante cierto tiempo la atención del público. Además, los momentos de expectación en espera de si un experimento, repetido por enésima vez con sólo una pequeñísima variación, sale o no sale, resultan muy dramáticos. Las películas sobre pintores, en las que se puede reproducir cada fase del movimiento de la pintura, desde el primer trazo hasta la última pincelada, sí que pueden ser espectaculares. Las películas sobre compositores están llenas de música, desde los primeros compases que el artista oye en su interior hasta la forma madura de la obra en la que cada instrumento tiene ya adjudicada su parte. Todo esto sigue siendo ingenuo y no nos dice nada sobre ese estado de ánimo llamado comúnmente inspiración, pero al menos hay algo que mirar y oír.
Lo malo son los poetas. Su labor es de una lamentable falta de fotogeneidad. Uno está sentado a la mesa o tendido en un sofá, con la vista clavada en la pared o en el techo, de vez en cuando escribe siete versos, uno de los cuales tacha al cabo de un cuarto de hora, y pasa una hora más en la que no ocurre nada... ¿Qué espectador aguantaría semejante cosa?
He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué es, en caso de que exista, los poetas de hoy dan una respuesta evasiva. Y no porque no hayan sentido lo beneficioso de este impulso interior. El motivo es otro. No es fácil explicar algo que uno mismo no entiende.
Yo también, al ser a veces interrogada sobre la inspiración, mantengo una prudente distancia respecto a lo esencial. Pero digo lo siguiente la inspiración no es un privilegio exclusivo de los poetas o de los artistas en general. Hay, ha habido y seguirá habiendo cierto grupo de personas a las que toca la inspiración. Son todos aquellos que conscientemente eligen su trabajo y lo realizan con amor e imaginación. Se encuentra médicos así, y pedagogos, y jardineros, y otros en cien profesiones más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin siempre y cuando sean capaces de percibir nuevos desafíos. A pesar de dificultades y fracasos su curiosidad no se enfría. De cada duda resuelta sale volando un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, sea lo que sea, nace de un constante “no sé”.
Personas como esas no hay muchas. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja para ganarse la vida, trabaja porque tiene que trabajar. No son ellos mismos quienes con pasión eligen su trabajo, son las circunstancias de la vida las que eligen por ellos. El trabajo que no gusta, el que aburre, valorado sólo porque, incluso siendo desagradable y aburrido, no es accesible para todos, es uno de los peores infortunios humanos. Y no parece que los siglos que vienen vayan a traer algún cambio feliz.
Así pues me permito decir que, si bien les quito a los poetas el monopolio de la inspiración, los incluyo, de todos modos, en el pequeño grupo de los favorecidos por el destino.
En este punto, sin embargo, pueden despertar dudas en el oyente. A los más diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos, que luchan por el poder con ayuda de unas pocas consignas, pero repetida a gritos, también les gusta su trabajo y también lo realizan con celoso ingenio. Claro que sí, pero ellos “saben”. Saben, y lo que saben les basta de una vez y para siempre. No se interesan en nada más, porque eso podría debilitar la fuerza de sus argumentos. Y cualquier saber que no provoca nuevas preguntas se convierte muy pronto en algo muerto, pierde la temperatura que propicia la vida. Los casos más extremos, los que se conocen bien tanto por la historia antigua como por la moderna, son capaces de ser letales para las sociedades.
Por eso tengo en tan alta estima dos pequeñas palabras: “no sé”. Pequeñas pero con potentes alas. Que nos ensanchan los horizontes hacia territorios que se sitúan dentro de nosotros mismos y hacia extensiones en las que cuelga nuestra menguada tierra. Si Isaac Newton no se hubiera dicho “no sé”, las manzanas del jardín hubieran podido caer ante sus ojos como granizo y él, en el mejor de los casos, se habría inclinado a recogerlas para comérselas con apetito.
Si mi compatriota Maria Sklodowska-Curie no se hubiese dicho “no sé”, probablemente se hubiera convertido en profesora de química en un pensionado de señoritas de buena familia y en este, por otra parte respetable trabajo, habría transcurrido su vida. Pero ella se dijo “no sé”, y fueron exactamente estas dos palabras las que la condujeron, y no una sino dos veces, a Estocolmo, donde se galardona con el Premio Nobel a las personas de espíritu inquieto en constante búsqueda.
Asimismo, el poeta, si es un poeta de verdad, tiene que repetir sin descanso “no sé”. En cada poema intenta dar una respuesta pero, no bien ha puesto el último punto, ya le invade la duda, ya empieza a darse cuenta de que se trata de una respuesta temporal y absolutamente insuficiente. Así pues lo intenta otra vez, y otra, y más tarde estas pruebas consecutivas de su descontento con respecto a sí mismo los historiadores de literatura las sujetarán con un clip muy grande y las denominarán sus “logros”.
Sueño algunas veces con situaciones imposibles. Me imagino, por ejemplo, en mi impertinencia, que tengo la posibilidad de hablar con el Eclesiastés, el autor de tan conmovedor lamento frente a la vanidad de toda actividad humana. Le haría una profunda reverencia porque no cabe la menor duda de que es uno de los más importantes poetas, por lo menos para mí. Pero después lo cogería de la mano. “Nada nuevo bajo el sol”, dijiste, Eclesiastés. Pero si tú mismo naciste nuevo bajo el sol. Y el poema del cual eres autor también es nuevo bajo el sol porque nadie lo escribió antes que tú. Y nuevos bajo el sol son todos tus lectores, porque quienes vivieron antes que tú está claro que no pudieron leerlo. Tampoco el ciprés bajo cuya sombra te sentaste crece aquí desde el principio de los tiempos.
Le dio su origen algún otro ciprés, parecido al tuyo pero no el mismo, y además querría preguntarte, Eclesiastés, qué cosa nueva bajo el sol piensas escribir ahora. ¿Se tratará de algo que complete tus pensamientos o más bien, después de todo, tienes la tentación de rectificar alguno de ellos? En tu anterior poema percibiste también la alegría, ¿qué importa que sea pasajera? Así pues, ¿será ella el tema de tu poema nuevo bajo el sol? ¿Tienes ya algunas notas, los primeros esbozos? ¡No irás a decir: “Lo he escrito todo, no tengo nada que añadir”! Eso no lo puede decir ningún poeta en el mundo, y qué decir de uno tan grande como tú.
El mundo, pensemos de él lo que pensemos, espantados por su inmensidad y por nuestra propia impotencia frente a él, amargados por su indiferencia a los sufrimientos -los de la gente, los de los animales, y tal vez también los de las plantas, pues de dónde la seguridad de que las plantas están libres de sufrimiento-; pensemos lo que pensemos de sus espacios atravesados por la radiación, de las estrellas, alrededor de las cuales se han empezado a descubrir nuevos planetas, ¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe; digamos lo que digamos de este inconmensurable teatro para el que tenemos una entrada, aunque su validez sea ridículamente corta, limitada por dos fechas categóricas; pensemos lo que pensemos sobre él, este mundo es sorprendente.
Pero en el término “sorprendente” se esconde cierta trampa lógica. Nos sorprende lo que se sale de una norma conocida y ampliamente aceptada, de alguna incuestionabilidad a la que estamos acostumbrados. Pero he aquí que este mundo incuestionable no existe en absoluto. Nuestra sorpresa tiene vida propia y no resulta de la comparación con nada.
De acuerdo, en el habla coloquial, que no sopesa cada palabra, todos usamos las expresiones: “un mundo corriente”, “una vida corriente”, “un hecho corriente”... Sin embargo, en el lenguaje de la poesía, donde cada palabra se mide, nada es ya normal y nada es corriente. Ninguna piedra y ninguna nube sobre ella. Ningún día y ninguna noche tras él. Y por encima de todo, ni siquiera la existencia de nadie en este mundo.
Parece que los poetas van a seguir teniendo siempre mucho trabajo.




Prefiero lo ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos

martes, 10 de abril de 2012


EL PAÍS SIN LÍMITES

En pleno descanso primaveral (en los centros escolares salmantinos, incluidos los universitarios, la Semana Santa se prolonga una semana tras el Domingo de Pascua), Buscando leones en las nubes irrumpe en los destinos de vacaciones de aquellos que las estéis disfrutando con una nueva emisión viajera consagrada en este caso, como hace siete días, al Gabón, el atractivo país africano en el que se centra un libro muy curioso, El pájaro de la lluvia. Un viaje a través del África Ecuatorial, escrito por el holandés Jan Brokken y publicado por la editorial Alba en traducción de Inge Lukken. En la anterior entrada de este blog encontraréis más información sobre los múltiples motivos de interés que alberga el muy recomendable libro de Brokken al que pertenecen todos los textos que escucharéis en la presente edición del programa: unos textos que recrean, sobre todo, la naturaleza salvaje de ese exótico territorio ecuatorial. Y así, a lo largo de la breve hora de emisión podréis adentraros en un país de fábula, algo mítico, el paradigma de la selva interior del exótico continente africano que todos, en nuestros sueños infantiles, asociamos a las arriesgadas aventuras de los grandes exploradores: la tierra color marrón rojizo; helechos que se elevan muy por encima de la altura de la estatura humana; grandes ceibas que dan, como setas gigantescas, sombra a la maleza y a la maraña de arbustos; infinitos bosques rebosantes de madera de ébano y caoba; árboles imponentes que dibujan enormes e impenetrables paredes vegetales de un verde deslumbrante; un sinfín de arroyos y torrentes; murallas arbóreas con aspecto inhóspito y atosigante a ambos lados de los ríos; arbustos flotando con las lianas suspendidas de las ramas inmóviles; plantas de papiro en las orillas pantanosas; troncos de árboles que se elevan decenas de metros apuntando al cielo como dedos extendidos; bancos de arena un color amarillento como de marfil; rápidos que adquieren un color rosa como la corteza de coco incandescente; gargantas de paredes que se elevan oblicuamente conteniendo la selva. Y todo ello, ese paisaje aterrador, envuelto en lluvias torrenciales que caen durante todo el día, el cielo plomizo o de un azul deslumbrante, el aire que vibra, la humedad asfixiante, el calor despiadado, la presencia intuida de los animales salvajes, el grito de un mono, el chillido desgarrador de un pájaro nocturno, la noche tropical, oscura como la boca de un lobo, un temor ancestral apenas mitigado por el amistoso paso de luciérnagas centelleantes. Y, de repente, el zumbido del silencio en los oídos, el silencio de la selva, el olor de la selva, la profunda y aterradora soledad de la selva.

Las sugestivas estampas extraídas de El pájaro de la lluvia aparecen envueltas en fantásticas canciones africanas, en una nueva muestra de la especial predilección que siempre manifiesta Buscando leones en las nubes por el continente negro. Sus intérpretes han sido la gabonesa Annie Flore Batchiellelys, el maliense Toumani Diabaté, la somalí Maryam Mursal, la Orchestra Baobab de Senegal, Busi Mhlongo, sudafricana, Ghorwane, de Mozambique, la etíope Aster Aweke, la caboverdiana Cesaria Évora (recientemente fallecida y que tendrá, vuelvo a insistir, algún programa de homenaje el curso próximo), la camerunesa Anne Marie Nzie y, para cerrar el programa con música de Gabón, la genial Patience Dabany que repite en ambos programas y que aparece también en la sección de vídeos con una doble intervención: más moderna y actual, discotequera en París, en Djazzé, y más tradicional y clásica en On vous connait, grabada en Gabón. En ambos casos, espléndida. No os la perdáis (y buscad en internet información sobre su peculiar trayectoria vital: os sorprenderá).

Os dejo, para cerrar esta entrada, con un cuento africano, un cuento nacido en uno de los cuatro grupos de los pigmeos efé, los bambuti (en singular mbuti), que viven en la República Democrática del Congo, cercana al Gabón en el que habitan los bongongo, otro grupo pigmeo que protagoniza uno de los textos del programa. El cuento, titulado El origen del fuego, está extraído de un libro formidable, Cuentos populares de África, que, en edición de José Manuel de Prada-Samper, acaba de publicar la editorial Siruela.

El origen del fuego

Hace mucho tiempo los chimpancés eran personas, pero hartos de ser víctimas de la picaresca y los robos de los bambuti terminaron por retirarse al interior de la selva, donde se volvieron salvajes y se convirtieron en las criaturas que son hoy. Antes de que eso sucediera, vivían en poblados, poseían extensas plantaciones de plátanos y conocían el uso del fuego.
Cierto día, mientras estaba de cacería, un mbuti se encontró con un poblado de chimpancés. Éstos recibieron al hombre con espléndida hospitalidad, y le ofrecieron plátanos, cuyo sabor le pareció delicioso. Al anochecer, el cazador se sentó junto a la hoguera de los chimpancés para calentarse. El agradable resplandor y el calor de las llamas siempre en movimiento le fascinaron, y a partir de ese día el hombre fue un huésped frecuente del poblado de los chimpancés.
Un día llegó al poblado vestido de un modo extraño. Los chimpancés adultos estaban atareados en sus plantíos, y allí sólo quedaban los niños que se divirtieron de lo lindo a costa del hombre, que llevaba colgada del taparrabo una larga cola de corteza machacada que iba arrastrando por el suelo. Cuando, como de costumbre, le dieron plátanos, el hombre se acuclilló junto al fuego con los demás, poniéndose tan cerca de la hoguera que su cola corría el peligro de prenderse en cualquier momento.
-¡Ten cuidado, mbuti! -le gritaron los niños chimpancé-, -¡tu mrumba se está quemando!
-No importa, Ya es bastante larga -respondió el hombre, fingiendo indiferencias, mientras masticaba medio plátano y al mismo tiempo miraba furtivamente su cola, que empezaba a humear. Entonces, de pronto, se levantó de un salto y salió corriendo a toda prisa.
Los atónitos niños chimpancé empezaron a gritar, ante lo cual sus padres regresaron apresuradamente de los plantíos. Cuando supieron lo que había pasado, supusieron de inmediato, que el hombre les había robado el fuego por medio de un engaño. Emprendieron rápidamente la persecución, pero él era demasiado ágil para ellos. Cuando los chimpancés llegaron por fin al campamento de los bambuti, las hogueras ardían alegremente por todas partes.
- ¿Por qué nos has robado el fuego en lugar de comprárnoslo honradamente? -les reprocharon a gritos a los bambuti.
Éstos, sin embargo, no se sintieron intimidados por el lenguaje insultante de los chimpancés, quienes regresaron a su poblado, totalmente burlados. Tan furiosos estaban por la desvergonzada ingratitud de los bambuti -que, como cuenta la historia, también les habían robado los plátanos- que abandonaron todas sus cosas y se retiraron a la selva, donde ahora viven sin fuego ni plátanos, y se alimentan de frutos silvestres.




El pais sin límites

martes, 3 de abril de 2012


EL PÁJARO DE LA LLUVIA

A lo largo de las vacaciones de Pascua Radio Universidad, que acomoda sus emisiones al calendario académico, interrumpe su programación. Es por ello por lo que los dos programas de Buscando leones en las nubes que coinciden con estas fechas, son grabados y sólo salen al aire en este blog. Y aprovechando, precisamente, el hecho de que estos períodos vacacionales suelen ser propicios para el viaje, y recordando yo estos días el último mío en Semana Santa, un estupendo recorrido por Gabón, del que ahora se cumplen tres años, he querido dedicar estas dos emisiones extraordinarias al curioso país africano, a partir de un interesante libro, El pájaro de la lluvia, que tiene como subtítulo Un viaje a través del África Ecuatorial, escrito por el holandés Jan Brokken, y publicado hace algunos años por la editorial Alba en traducción de Inge Lukken.

Los seguidores habituales de Buscando leones en las nubes ya conocéis mi fascinación por África, por los encantos y los misterios, por el deslumbramiento y la magia que encierran sus paisajes y sus gentes, sus costumbres y su música, sus tradiciones, su colorido, su comida, su naturaleza, su fauna, sus enigmáticos ceremoniales, sus máscaras, su arte… por, en definitiva, la intensa maravilla de la vida africana. Hace pocas semanas tuvisteis una nueva ocasión de comprobarlo con el especial dedicado a Senegal (cuyo proceso electoral, por cierto, en una disputada segunda vuelta, ha terminado, sorprendente y afortunadamente, con la victoria de la oposición). El libro que sirve de inspiración a estos dos programas, tiene también a África, en este caso particular al Gabón, como tema central, y constituye una buena aproximación a la historia y la cultura, pero también al presente, a la vida actual del bastante poco conocido país africano.

En El pájaro de la lluvia el autor mezcla de un modo muy sugestivo distintos géneros literarios, se mueve en escenarios también diversos y describe situaciones de épocas históricas diferentes. Jan Brokken viaja a Gabón, observa sus ciudades, se adentra en sus poblados, penetra en su naturaleza desbordada, surca ríos en piragua, sufre los avatares de un singular viaje en ferrocarril, conversa con sus habitantes y, sobre todo, reflexiona sobre el país que está visitando. En el libro nos ofrece la descripción de lo que ve en su viaje, y también el fruto de esas reflexiones, sus observaciones personales, entreverado todo ello con narraciones de los exploradores que desde el siglo XV se aventuraron en la selva gabonesa, con historias de misioneros, de ceremonias tribales, de ritos caníbales; con escritos de literatos que en el siglo XX tuvieron la oportunidad de vivir algunas temporadas en Gabón; con fragmentos de novelas; con multitud de curiosidades; con datos históricos muy variados; con la sangrienta y dramática historia de la colonización; con el relato del tráfico de esclavos y el rastro no siempre benéfico del paso de los europeos por aquellas tierras; con la descripción del dominio francés hasta la independencia de 1960; con el análisis de la ciertamente descabellada política local, hasta concluir en la actual democracia formal, en la que, sin embargo, un presidente autocrático, Omar Bongo, se perpetuó en el poder desde 1967, siendo, a su muerte en 2009 -pero este dato ya no está en el libro, que es de 2001-, sustituido por uno de sus hijos, tras unas elecciones controvertidas; con la mención de las repercusiones, no siempre positivas, del descubrimiento de ricos yacimientos minerales y más recientemente del petróleo en las tierras gabonesas.

Por el libro pasan escritores como Georges Simenon o Louis-Ferdinand Céline en cuyas vidas, e incluso en cuyas obras, el Gabón tuvo una cierta presencia; exploradores como Paul de Chaillu, el primer hombre blanco que se encontró cara a cara con un gorila; como Pieter Van den Broecke, que a principios del siglo XVII hizo cuatro viajes a África en busca de aventuras y negocios; como Lopo Gonçalves, el primero que trazó un mapa de la costa del África occidental, en 1474, y a quien se debe, según algunas tesis poco creíbles, el nombre del Gabón, al recordarle el estuario al que accedía por primera vez la forma de una capa, de un gabán; como los conocidos Stanley y Livingstone, con una aparición esporádica y menor en el libro; como el fascinante Conde Brazza, el gran descubridor del Gabón, empecinado en buscar a través de la selva y surcando río arriba el Ogooué, el enlace con el mítico río Congo; como Mary Kingsley, que recorrió en piragua ese río Ogooué y que, a finales del siglo XIX, protagonizó muchas otras peripecias en el continente negro. Nos encontramos también con científicos e investigadores, sobre todos ellos el médico Albert Schweitzer, que sería premio Nobel de la paz en 1952 y que en los primeros años del pasado siglo se instaló en Lambarené, un pequeño poblado en el interior del país, construyendo un hospital ejemplar, que he podido visitar en mi viaje reciente para poder apreciar los logros que consiguieron el coraje, el mérito, la valentía y la entrega de un personaje fascinante.

Y además decenas de anécdotas con los habitantes de las ciudades y los poblados del Gabón actual, personajes anónimos pero que con sus testimonios, con el perfil que Jan Brokken hace de sus personalidades, contribuyen a dibujar mejor el panorama de un muy singular país africano, de modo que quien no conozca ese continente pienso que va a sentirse atraído de inmediato por su encanto.

Pues bien, de todos estos fragmentos heteróclitos he seleccionado las estampas gabonesas con las que completar las dos emisiones. Y, como no podía ser de otra manera, la banda sonora de ambos programas es también africana en su totalidad, con canciones que proceden de diversos países del continente negro y no sólo de Gabón, cuya exigua producción musical no da para completar una emisión digna (hay bastantes músicos gaboneses pero, a mi juicio, pocos de calidad sobresaliente y, en cualquier caso, la mayoría de difícil acomodo en el estilo “recogido” y sosegado de Buscando leones en las nubes). En la edición de esta semana han sonado, Patience Dabany, del propio Gabón, Ballaké Sissoko, maliense, la etíope Gigi Shibabaw, la caboverdiana Lura, Asmara All Stars, la banda eritrea, Dobet Gnahoré de Costa de Marfil, Ismael Lô, senegalés, la camerunesa Kareyce Fotso, el congoleño Lokua Kanza y Pierre Akendengué, el gran clásico gabonés, que aparece en último lugar pues he querido que la apertura y el cierre de la emisión los pongan voces de nuestro país invitado. Su reivindicativa canción Africa obota, que hemos escuchado en el programa, protagoniza también el extraño vídeo de esta semana, con un fondo algo surrealista de imágenes del propio músico y mapas y fotos de África y Gabón.




El pájaro de la lluvia