martes, 25 de diciembre de 2012


CANCIÓN DE NAVIDAD

Hoy, 25 de diciembre, día de Navidad, Buscando leones en las nubes os ofrece una inusual edición, que ve la luz tan sólo en el blog del programa, dedicada a celebrar las fiestas navideñas a través de nuestra habitual oferta de música y literatura. Y es inusual nuestra emisión de hoy porque nunca, en nuestros catorce años de vida, cuatro y pico de ellos en los que la versión radiofónica del programa tiene un correlato en esta página de internet, habíamos salido al aire en el día de Nochebuena o en el de Navidad.
 
Y es que no soy yo, precisamente, un gran amante de estas fiestas. Hace muchos años que un exageradamente racional prosaísmo laico me impide disfrutar de la inocencia infantil consustancial a estos días. Un niño, ese Alberto que algún día vivió estas fechas entusiasmado con luces y regalos, con Reyes y belenes, con villancicos y turrones, que, por desgracia, queda ya muy atrás en el tiempo. Y sin embargo, hay ahora en mí, inexplicablemente, algún viejo recuerdo, cálido y nostálgico, que me ha hecho disfrutar, con un punto, incluso, de emoción, de la idea de dedicar un programa, amable y bienhumorado, optimista y encantador, a las universales navidades. Me ha enternecido, creedme, este insólito contacto con música y literatura navideñas. Y estoy muy satisfecho, íntimamente satisfecho, del resultado de la propuesta que ahora os ofrezco.
 
En la parte literaria del programa aparecen significativos fragmentos de Canción de Navidad, el clásico de Charles Dickens, bien conocido por el mundo entero desde que, en diciembre de 1843, el genio inglés lo publicara con el subtítulo de “Cuento navideño con espectros” y con las deliciosas ilustraciones de John Leech. Los textos leídos en la emisión se corresponden con la versión española de Santiago Rodríguez Santerbás para Alianza Editorial, una espléndida versión que mantiene las imágenes de la edición original. Sirva también mi elección de esta última semana del año como homenaje a un Dickens de cuyo nacimiento hemos celebrado el segundo centenario este 2012 que se nos va.
 
En la breve novelita, su protagonista, Ebenezer Scrooge, un viejo antipático que detesta la Navidad, un tacaño cascarrabias, solitario y permanentemente enfadado con el mundo, un avaro que desprecia y odia a quien le rodea, un detestable gruñón incapaz del más mínimo gesto de calor humano hacia sus semejantes, recibe la visita del fantasma de su socio, Jacob Marley, muerto recientemente, que le anuncia la próxima llegada de tres espectros, el de la Navidad pasada, el de la Navidad presente y el de la Navidad futura, que le irán mostrando de modo sucesivo, en un recorrido mágico más allá del tiempo y el espacio, su desgraciada infancia, su infeliz existencia actual y su más que probable tristísimo y sombrío destino. Abrumado por la experiencia, conmovido por las emocionantes imágenes, por los desgarradores retazos de vida que los fantasmas le muestran, emocionado en particular por la muerte de Tiny Tim, el pequeño hijo de su empleado Bob Cratchit, el viejo Scrooge decide dar un giro a su vida e, inspirado por ese espíritu navideño que siempre ha aborrecido pero que al fin ha conseguido comprender e interiorizar, cambia su vida, se da a los demás, y, lleno de buenos propósitos, celebra la Navidad.
 
Para recrear la atmósfera navideña del cuento de Dickens en la emisión aparece, en su integridad, doce cortes, un álbum excepcional. Se trata de A She & Him Christmas, las originales, muy dulces, melancólicas, tiernas, bellísimas versiones de clásicas canciones de Navidad, hechas en el pasado 2011 por She & Him, el más que interesante grupo que componen la actriz Zooey Deschanel y el músico M. Ward. El disco (que desde que lo escuché las navidades pasadas lleva esperando su aparición en Buscando leones en las nubes) es una maravilla, y su atmósfera recogida e íntima, la sencillez de los arreglos, la sutileza de las voces, la delicadeza del acercamiento a esa docena de villancicos intemporales, que tantas veces en estas fechas suenan triviales y carentes del más mínimo vestigio de su espiritualidad originaria, conforman lo que a mi juicio es una obra maestra, un prodigio de sensibilidad y emoción.
 
Espero que la algo lacrimógena intensidad de este último programa del año os llegue, toque vuestras almas, os permita evocar vuestras infancias, llenaros de buenos propósitos, incrementar el amor por quienes están a vuestro lado, haceros mejores. O, sin tantas pretensiones, espero que podáis disfrutar de una muy entretenida y entrañable hora de radio.

Canción de Navidad

martes, 18 de diciembre de 2012


CESÁRIA ÉVORA

La edición de esta semana en Buscando leones en las nubes tiene un tono claramente conmemorativo y de homenaje pues ayer, 17 de diciembre de 2011, hizo justo un año de la muerte en su Mindelo natal, en São Vicente, Cabo Verde, de Cesária Évora, la figura más importante de la música caboverdiana y una de las más destacadas cantantes del mundo entero. En sus setenta años de vida, muchos de los cuales fueron anónimos y oscuros, sin repercusión pública internacional, Cize, como se hacía llamar, cantaba en los bares de los puertos de su país, ante un público de marineros, de extranjeros y gentes de paso. Descalza, fumando y bebiendo de modo impenitente, su música melancólica llegaba tan sólo a unos pocos parroquianos de esos modestos tugurios portuarios caboverdianos en los que su indiscutible arte no era suficientemente apreciado; no más allá, en cualquier caso, de las pocas monedas que le permitían sobrevivir en su isla natal. En 1988, a unos cuarenta y siete tardíos años, Cesária graba un disco en Francia que alcanza un más que notable reconocimiento crítico, La diva de los pies descalzos. Pero es sobre todo Miss Perfumado, su disco de 1992, con el que yo la conocí, el que le abre las puertas al éxito mundial, a los conciertos por todos los continentes (yo llegué a oírla en Salamanca hasta en tres ocasiones), a las grabaciones en Europa, a las colaboraciones con músicos de todo el mundo, a los premios.

En este programa, que quiere ser de reconocimiento y celebración, os ofrecemos trece de sus mejores canciones (Petit pays, Mar azul, Sangue de beirona, Mam'bia e so mi, Sodade, Vida tem um só vida, Bia, Morabeza, Direito di nace, Amor di mundo, Barbincor, Velocidade y Miss Perfumado), acompañadas de algunos de sus pensamientos, impresiones sobre el amor o los sueños, recuerdos de infancia, detalles de su vida, opiniones sobre su música y sobre su obra, recogidos de diversas entrevistas concedidas a periódicos, revistas y televisiones de diferentes países. Como cierre de esta entrada os dejo el obituario que firmó en El País el genial Carlos Galilea el día de la muerte de la cantante. 

Cesaria Evora, cantante, la voz de Cabo Verde

Estuvo cerca de la muerte en Australia -sufrió un derrame cerebral hace tres años al terminar un concierto en Melbourne- y la tuvieron que operar del corazón de urgencia en mayo del año pasado en París, pero al final se ha despedido en su isla de San Vicente. La cantante caboverdiana Cesaria Evora, “la reina de la morna” como la bautizaron algunos periodistas, falleció ayer sábado a la edad de 70 años en el hospital Baptista de Sousa. Ya en septiembre pasado anunció en París su retirada de los escenarios por problemas de salud. Según Le Monde, había llegado al hospital americano de Neuilly con la tensión por las nubes y una tasa de colesterol capaz de tumbar a un elefante. Diabética, Cesaria Evora había dejado la bebida, aunque seguía fumando y se había estado atiborrando todo el verano de patatas fritas.

Tenía 47 años cuando los europeos la descubrieron. En 1998 grabó en París el disco La diva aux pieds nus, al que iban a seguir grabaciones conmovedoras como Mar azul o Miss perfumado, que le abrieron todas las puertas. Siempre de la mano de José da Silva, un ferroviario que se convirtió en su representante y productor, tras emocionarse hasta las lágrimas al oírla cantar por primera vez, y que ha estado junto a ella hasta el último suspiro.

Decía que empezó a cantar para ahuyentar a la tristeza. Con 16 años lo hacía en bares de Mindelo, el puerto de la isla de San Vicente donde había nacido en 1941. Los clientes la iban llamando desde las mesas y cantaba a cambio de unos escudos o por un vaso de aguardiente grog, ron o whisky. Se enamoró de un joven compositor y guitarrista que la llevaba con él a cantar en barcos que atracaban en el puerto cuando Cabo Verde era todavía -lo fue hasta 1975- colonia portuguesa.

Gracias a unas grabaciones recuperadas de Radio Barlavento y Radio Clube se puede ahora escuchar su voz de jovencita. Una voz más clara y fina en canciones que se grabaron en los estudios de esas dos emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961, cuando por la noche escuchaba a Amália Rodrigues y a Àngela Maria. En su casa siempre hubo música: el padre, Justino, tocaba cavaquinho -instrumento de cuatro cuerdas de origen portugués que recuerda a una pequeña guitarra- y violín, y B. Leza, probablemente el más importante de los compositores caboverdianos, era de la familia.

Se presentó en los mejores teatros y auditorios, en Miami, Hong Kong y Monte Carlo, desde China hasta Estados Unidos; ganó el Grammy y recibió la Legión de Honor en Francia; compartió grabaciones con Compay Segundo, Erykah Badu, Goran Bregovic o Ryuichi Sakamoto, cantó con Caetano Veloso y Mariza, vendió más de cinco millones de discos, y sus canciones han sido remezcladas por DJ.

Cesaria Evora recorrió el planeta con sus mornas melancólicas y las alegres coladeras -en 1999 y 2000 dio dos veces la vuelta al mundo-, pero siempre volvía a casa: necesitaba a los suyos -tenía dos hijos y dos nietos- y el mar: ese mar que trae riqueza, pero también la saudade de cientos de miles de caboverdianos -la mitad de la población del país vive lejos del archipiélago- que tuvieron que partir en busca de una vida mejor. A ella le gustaba pasar horas mirándolo, aunque no se metía en el agua porque no sabía nadar. Aunque, como explicó una vez, le hablaba “como si fuera una persona. Una anciana me dijo que las olas crean una música que nosotros los humanos no entendemos”.

El pasado 27 de agosto, día de su cumpleaños, el nuevo presidente de la República de Cabo Verde, José Carlos Fonseca, fue a visitarla a su casa de Mindelo para entregarle un gran ramo de flores. Era una mujer salida de la pobreza, de días de hambruna en las diez pequeñas islas castigadas por la sequía, de unos tiempos en que los colonizadores portugueses prohibían caminar por la acera a los caboverdianos que no podían comprarse un par de zapatos: por rebeldía, cantaba descalza. Y era auténtica, ajena a cualquier artificio de la industria. Entrevistarla podía resultar una aventura. Uno se la podía ganar olvidando el cuestionario que llevaba preparado a propósito de su último disco, asunto por el que no solía mostrar demasiado interés, y preguntándole en cambio por su receta de la catchupa -guiso tradicional a base de judías, maíz... y, si hay dinero, carne-. Y entonces ella podía contar historias como la de Paulino y Camuche, que es como, bromeando, llamaba a sus ojos: “Dos hermanos que van juntos a todas partes. Uno es ciego, pero camina; el otro ve bien, pero no puede andar”.

Para este último viaje, Cize, como la conocían sus familiares y amigos, ya no necesitará el pasaporte diplomático de cubierta color rojo sangre, que le facilitó hace más de diez años el Gobierno de Cabo Verde y que ella enseñaba en los controles fronterizos con sonrisa de niña traviesa.

Cesária Évora

martes, 11 de diciembre de 2012


SI DICES UNA PALABRA MÁS. DULCE MARÍA LOYNAZ 

El 10 de diciembre de 1902 nacía en La Habana Dulce María Loynaz, sin duda una de las mayores poetisas de Cuba y un nombre destacado también de la poesía en castellano. Esta semana, ciento diez años después de su nacimiento, dedicamos un programa a su extraordinaria obra con una selección de quince de sus poemas de amor en los que brilla el genio y la sensibilidad de la escritora. Además, con esta estúpida atracción -por la que, lamentablemente, me dejo llevar de continuo- que suscitan las cifras redondas, celebramos también los veinte años de aquel 1992 en el que Dulce María Loynaz recibió el Premio Cervantes, y los quince de su muerte en Cuba, a punto de cumplir los noventa y cinco años, cuando era ya la viejecita entrañable que ilumina este comentario. Al final de esta entrada os ofrezco la crónica que el periodista de El País, Mauricio Vicent, escribió el 9 de noviembre de 1992, con ocasión, precisamente, de la concesión del citado premio a la escritora cubana. Os dejo aquí también el enlace a la interesante y completísima página que el Instituto Cervantes dedica a la vida y obra de la poeta. 

Para integrar la sección musical del programa he pensado en corresponder a la intensidad de los versos de Dulce María Loynaz con la pasión y el desgarro presentes en una selección de boleros interpretados por grandes divas de la música cubana. En la emisión suenan así las voces de María Teresa Vera, Marion Inclán, Elena Burke, Paulina Álvarez, Marisela Verena, Omara Portuondo, Ela Calvo, Idania Valdés, Moraima Secada, Farah María, Beatriz Márquez, Celeste Mendoza, Liset Alea y Miriam Ramos. Estrella Morente, la única no cubana de la lista, cierra el programa (y esta entrada) con su versión de Lily de Bebo Valdés, incluida en la banda sonora de Chico y Rita, el deslumbrante homenaje a Cuba de Fernando Trueba y Javier Mariscal.



Dulce María Loynaz asegura que vive la revolución cubana como un paréntesis

La ganadora del Premio Cervantes de 1992, Dulce María de Loynaz del Castillo (La Habana, 1902) es, a sus 89 años, una mujer de corazón puro y convicciones profundas. Siempre disfrutó la soledad y el autoaislamiento, hasta que un día de 1958 decidió recluirse en este palacete del barrio habanero de El Vedado, desde donde explica su postura para con la literatura, la política y el mundo exterior al que se siente hoy menos ajena que ayer.

En la casa señorial donde vive se construyó Dulce María un mundo de ensueño y erudición de donde no ha salido desde hace 35 años: “Creé mi mundo en esta casa quizá porque ya no podía crear otro. Ya no era tan joven, ni tampoco estaba el mundo tan agradable como para que yo repitiera mis experiencias. Tampoco estaba muy agradable mi país, pero al fin y al cabo era mi país, y en él me quedé siempre”. Sus manos son aún muy finas y las mueve con pausas. Igual hace con su pensamiento y su habla cuando se refiere a la historia de Cuba, que, según ella, va mucho más allá de lo sucedido en estos últimos 33 años. “El proceso revolucionario es quizás como un paréntesis, pero uno siempre debe ver a su país como se ve a una madre, que se acepta como es, y siempre con cariño”.

Nunca se abandona a una madre. Y, por supuesto, Dulce María jamás abandonó a Cuba. Su pasado y sus convicciones eran demasiado fuertes. Tanto que cuando Pablo Álvarez de Cañas, su marido, natural de la isla de Gran Canaria, se marchó a Estados Unidos, poco después del advenimiento de la revolución, ella no lo acompañó. “Lo quería mucho y fui muy feliz con él, pero no había justificación para irse”, dice con la voz firme.

Le gusta la prosa, pero en cambio no la novela: “No la desprecio, pero, habiendo otros géneros que pueda cultivar, dejo ése para otros que no tengan tantos elementos”.

Alguna vez dijo que de sus libros prefiere Poemas sin nombre, publicado en Madrid en 1956 e integrado por versos profundos, densos y escuetos. Sin embargo, sólo una hora después de que le llamasen de la Embajada de España en La Habana para notificarle que había ganado el Cervantes, afirma que su mejor obra es Un verano en Tenerife, que ella define como “un libro de viajes sobre la isla donde nació mi esposo y donde yo pasé muchas temporadas en su compañía”.

Dulce no sólo está unida a España porque su marido y el más antiguo poeta de su familia, Silvestre de Balboa, habían nacido en Canarias. Su padre fue el primer embajador de Cuba en España tras la independencia, y España fue el último país que ella visitó, en 1958.

Los Loynaz -todos los hermanos de Dulce María, Flor, Carlos Manuel y Enrique, eran también escritores- tuvieron buenos amigos españoles que en varias ocasiones pasaron por su casa de La Habana, entre ellos, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca. “Juan Ramón era muy serio, muy reconcentrado. A veces parecía que se sentía solo, sin nadie, o que hablaba para él, era una persona muy difícil. Era todo lo contrario a Federico. Federico vino a finales de 1920 y, aunque no se hospedó en casa, venía todos los días pues le gustaba mucho la compañía de mis hermanos. Era más amigo de ellos que mío. Él se burlaba de mis versos, lo cual nunca le perdoné, aunque después le retribuí ese tipo de homenaje burlándome de los suyos”.

La amistad de García Lorca con los Loynaz fue intensa. En los pocos meses que pasó en La Habana, de regreso de Nueva York, Lorca comió y bebió en la “casa encantada” de Dulce María. Allí, en la antigua casona de Línea y 14, el poeta granadino escribió una obra de teatro, El público, cuyo manuscrito le regaló a Carlos Manuel, quien, años más tarde, en un ataque de locura, lo quemó junto a toda su obra. A Flor le dio el original de Yerma, donado por Dulce María al Patrimonio Nacional.

“Para mí era un espíritu muy infantil y por eso nunca lo tomé en serio. Nunca creí en su muerte hasta que ya fue tan evidente que no me pude resistir más a la realidad”.

Desde hace mucho, Dulce María de Loynaz no sale ni viaja. Vive dentro de su casa rodeada de sus libros y sus perros, y dedicada a sus labores de presidenta de la Academia Cubana de la Lengua, institución que radica aquí, entre viejos retratos y miniaturas de marfil.

Tampoco escribe versos desde hace 30 años, ni publica sus libros. Pero eso podría cambiar con la concesión del Premio Cervantes, pues, como dice Dulce María, “este premio es un estímulo. Para que una persona hable tiene que haber un oído que escuche, porque si no uno es como un loco hablando solo”.

“Este premio ha sido una sorpresa maravillosa, una manera de rejuvenecerme, aunque sea por unas semanas o por unos meses. Me siento otra vez joven, como cuando fui a España, que lo era. Allí recibí mucho cariño de los españoles y veo que no se ha perdido, como tampoco lo he perdido yo”.

La casa de Dulce María de Loynaz se llena de gente. Llega su amiga Alicia Alonso, el escritor Miguel Barnet, el ministro de Cultura, Armando Hart. La llaman de todos lados, y ella quiere complacer a todos, pero antes de retirarse dice: “Hay algo muy sutil y muy hondo, / en volver a mirar el camino, / este camino en donde sin dejar huella / se dejó la vida toda”.


Si dices una palabra más

martes, 4 de diciembre de 2012


SÉ QUE VOY A AMARTE

La segunda emisión de Buscando leones en las nubes consagrada a festejar los ochenta y cinco años del nacimiento del extraordinario músico brasileño Antônio Carlos Jobim y los cincuenta de una de sus más representativas creaciones -y sin duda la más conocida de todas ellas-, una Garota de Ipanema hoy ya mítica, presenta, en nuestra siempre fugacísima hora, dieciséis de las canciones del genial compositor. Unas canciones que pese a moverse en un tono triste y doliente, suenan casi siempre optimistas y esperanzadas, y evocan, a mi juicio, aunque sea por defecto, un universo de felicidad en el que el amor reina por encima de los afanes cotidianos. He querido que los temas musicales, objeto de infinidad de recreaciones en todo el mundo, particularmente por parte de destacados artistas pertenecientes al territorio del jazz norteamericano y europeo, sean interpretados aquí por algunos de los más representativos músicos del Brasil: Leila Pinheiro, Ana Caram, el Quarteto Morelenbaum, Johnny Alf, Mariana de Moraes, Adriana Calcanhoto, Ivan Lins, Eliane Elias, Carol Saboya, Vinicius de Moraes, Paulinho Moska, Rosa Passos, Edu Lobo, María Bethania, Simone con Wagner Tiso y Maucha Adnet.

Como hace siete días, las piezas musicales aparecen entre breves fragmentos de sus propias letras, en las que la agridulce saudade propia de la bossa nova es también la principal protagonista. Así, podréis disfrutar de enjundiosos y evocadores textos, rezumando tierna dulzura y nostalgia amorosa, de Este seu olhar, Chovendo na roseira, O grande amor, Triste, Vivo sonhando, Outra vez, Eu sei que vou te amar (que interpretan el propio Jobim y Gal Costa en el vídeo que acompaña esta entrada), Falando de amor, Bonita, Pela luz dos olhos teus, Só em teus braços, Inutil paisagem, Estrada branca, As praias desertas, Se todos fossem iguais a você y So tinha de ser com você.

Os dejo, como cierre de esta entrada, la traducción (agradezco a Emilia sus aportaciones y pido perdón anticipado por mis más que probables errores; una vez más intento paliar mis limitaciones en el dominio de los idiomas con una intuición y una imaginación algo atrevidas que no sé si pueden ser disculpables) de una conversación entre la escritora brasileña Clarice Lispector y Antônio Carlos Jobim. Publicada en tres sábados consecutivos, 3, 10 y 17 de julio de 1971, en el Jornal do Brasil, puede encontrarse también en el libro de Lispector A descoberta do mundo, que no sé si está publicado en España (entre paréntesis os recomiendo Cerca del corazón salvaje y La hora de la estrella, para mí sus mejores novelas de entre las que he leíd). En la entrevista, dos de los más grandes creadores de la cultura brasileña charlan, sin demasiado orden, como podréis apreciar, del proceso creativo, del paso del tiempo, del éxito, de la música y la literatura, de la reencarnación y la muerte, del amor, de nuestra materialista sociedad... y de tantos otros temas.



3 de julio de 1971

Tom Jobim fue mi padrino en el I Festival de Escritores, no recuerdo en qué año, en la presentación de mi novela La manzana en la oscuridad. En nuestro hotel él bromeaba todo el tiempo. Tomaba el libro en la mano y preguntaba: -
¿Quién compra? ¿Quién quiere comprar?
No sé, pero el hecho es que se vendieron todos los ejemplares.
Un día, hace algún tiempo, Tom vino a visitarme. Hacía años que no nos veíamos. Era el mismo Tom: guapo, simpático, con ese aire de pureza que tiene, y los cabellos medio caídos sobre la frente. La conversación se fue volviendo cada vez más seria. Reproduciré literalmente nuestros diálogos (tomé notas, pero a él no le molestó).
Tom, ¿cómo encaras el problema de la madurez?
Hay un verso de Drummond de Andrade que dice: “La madurez, ese regalo horrible...”. No sé, Clarice, nos volvemos más capaces, pero también más exigentes.
No está mal, la gente exige más.
Es que, con la madurez, pasamos a tener conciencia de una serie de cosas que antes no percibíamos. Incluso los instintos, lo más espontáneo, son filtrados. La policía del espacio está presente, esa policía que es la verdadera policía de la gente. He notado que la música va cambiando con los medios de difusión, con la pereza de acercarse hasta el Teatro Municipal.
Quiero hacerte esta misma pregunta respecto de la lectura de libros, pues hoy en día se oye música en la televisión y la radio, medios inadecuados. Todo lo erudito y serio que escribí está en un cajón. Que no haya malentendidos: considero muy seria la música popular. Me pregunto si hoy en día la gente lee como yo leía cuando era un chaval, con el hábito de irse a la cama con un libro antes de dormir. Porque siento una especie de falta de tiempo de la humanidad, acabará por imponerse una especie de lectura dinámica. ¿Tú qué piensas?
Sufriría si eso llegara a suceder, que alguien lea mis libros según el método de pasar las páginas rápidamente. Porque los escribí con amor, atención, dolor y búsqueda. Y querría recibir por lo menos una atención completa. Una atención y un interés como los tuyos, Tom. Pero, por otro lado, lo curioso es que yo ya no tengo paciencia para leer ficción.
¡Pero ahí te estás contradiciendo, Clarice!
No. Felizmente, mis libros no están sobrecargados de hechos, sino de la repercusión de los hechos en el individuo. Hay quien dice que la música y la literatura van a desaparecer. ¿Sabes quién? Henry Miller. No sé si lo decía para ahora mismo o para dentro de trescientos o quinientos años. Yo pienso que nunca van a morir.
Risa feliz de Tom:
Yo también lo pienso.
Creo que el sonido de la música es imprescindible para el ser humano y que el uso de la palabra hablada y escrita es como la música, dos de las cosas más importantes que nos elevan del reino de los simios, del reino animal.
¡Y mineral también! ¡Y vegetal también! (Ríe). Creo que soy un músico que cree en las palabras. Leí ayer tu El búfalo y La imitación de la rosa.
Sí, pero existe la muerte.
La muerte no existe, Clarice. Tuve una experiencia que me reveló eso. Así como que tampoco existe el yo ni el “yosito” ni el “yosazo”. Más allá de esa experiencia, que no voy a contar, temo a la muerte veinticuatro horas al día. La muerte del yo, Clarice, te lo juro, porque la vi.
¿Y crees en la reencarnación?
No sé. Dicen los hindúes que sólo entiende la reencarnación quien tiene conciencia de las distintas vidas que vivió. Evidentemente, no es mi punto de vista: si existe reencarnación sólo puede ser por un despojamiento.
Le di entonces un epígrafe de uno de mis libros. Una frase de Bernard Berenson, crítico de arte: “Una vida completa quizá sea aquella que termina con una identificación tal con el no-yo, que no queda un yo para morir”.
Esto es muy bonito -dice Tom-, es el despojamiento. Caí en una trampa, porque sin el yo, me negué. Si negamos cualquier paso de un yo a otro -que es lo que significa la reencarnación-, entonces la estamos negando.
No estoy entendiendo nada de lo que estamos hablando, pero tiene sentido. ¡Cómo podemos hablar de lo que no entendemos! Veamos si en la próxima reencarnación nos encontraremos nosotros dos.


10 de julio de 1971

Más adelante hablamos sobre el hecho de que la sociedad industrial organiza y despersonaliza demasiado la vida. Y si no correspondería a los artistas el papel de preservar no sólo la alegría sino la conciencia del mundo.
Estoy en contra del arte del consumo. Es evidente, Clarice, que yo quiero el consumo, pero desde el momento en que la estandarización de todo quita la alegría de vivir, estoy en contra de la industrialización. Estoy a favor del maquinismo que facilita la vida humana, nunca de la máquina que domina a la especie humana. Claro que los artistas deben preservar la alegría del mundo, aunque ahora el arte esté tan alienado y sólo traiga tristeza al mundo. Pero no es culpa del arte, porque su función es reflejar el mundo. El arte refleja y es honesto por ello. ¡Viva Oscar Niemeyer y viva Villa-Lobos! ¡Viva Clarece Lispector! ¡Viva Antônio Carlos Jobim! El nuestro es un arte que denuncia. He escrito sinfonías y música de cámara que no verán la luz.
¿No crees que tu deber es hacer la música que tu alma pide? Por las cosas que dices, supongo que eso significa que nuestro mejor arte está hecho para las élites.
Evidentemente, nosotros, para expresarnos, tenemos que recurrir al lenguaje de las élites, unas élites que no existen en Brasil... He aquí el gran drama de Carlos Drummond de Andrade y Vila-Lobos. 
¿Para quién compones música tú, para quién escribo yo, Tom?
Creo que no se nos preguntó nada al respecto, y, desprevenidos, oímos música y palabras, sin haberlas aprendido en realidad de nadie. No pudimos escoger: tú y yo trabajamos bajo una inspiración. Es de nuestra ingrata arcilla de la que está hecha el yeso. Ingrata incluso para nosotros. La crítica que haría, Clarice, en este cómodo apartamento en Leme, es que somos de esos seres enrarecidos que sólo se dan en determinadas alturas. Todos deberíamos dar más, a todas horas, de manera indiscriminada. Hoy, cuando leo una partitura de Stravinsky, todavía siento una voluntad irreprimible de estar con la gente, con el pueblo, aunque la cultura que de la que habíamos participado la hayamos tirado por la ventana. Estoy citando a Carlos Drummond de Andrade.
Quizás porque nosotros formamos parte de una generación, quién sabe si fracasada.
No estoy de acuerdo en absoluto.
Es que siento que hemos alcanzado el umbral de unas puertas que estaban abiertas. Y por miedo, o por no sé qué, no atravesamos por completo estas puertas que, sin embargo, ya tienen grabado nuestro nombre. Cada persona tiene una puerta con su nombre grabado, Tom, y es sólo a través de ella que esa persona perdida puede entrar y encontrarse.
Llamar y que se abra para nosotros.
Me confesaré, Tom, sin el menor asomo de mentira: siento que si hubiera tenido coraje, habría atravesado mi puerta sin miedo a que me tacharan de loca. Porque existe un nuevo lenguaje, tanto musical como en la escritura, y nosotros dos seríamos los legítimos representantes de las puertas estrechas que nos pertenecen. En resumen y sin vanidad: estoy diciendo simplemente que nosotros dos tenemos una vocación que cumplir.
¿Cómo se procesa en ti una elaboración musical que termina en creación? Estoy mezclando todo, pero no es culpa mía, Tom, ni tuya: es que nuestra conversación es un poco psicodélica.
En mí la creación de la música es compulsiva. En ella se manifiestan las ansias de libertad.
¿Libertad interna o externa?
La libertad total. Si como hombre fui un pequeño-burgués adaptado, como artista me vengué en las amplitudes del amor. Disculpa, no quiero más whisky a causa de mi voracidad, tengo que beber cerveza, ya que llena los grandes vacíos del alma. O por lo menos impide la embriaguez súbita. Sólo me gusta beber ocasionalmente. Me gusta beber cerveza, pero no me gusta estar borracho.
Fue debidamente enviada la asistenta a comprar cerveza.


17 de julio de 1971

Tom, toda persona muy conocida, como tú, es en el fondo un gran desconocido. ¿Cuál es tu cara oculta?
La música. El ambiente era competitivo, y yo hubiera matado a mi colega y a mi hermano para sobrevivir. El espectáculo del mundo me sonaba falso. El piano en el cuarto oscuro me ofrecía una posibilidad de armonía infinita. Esta es mi cara oculta. Mi fuga, mi timidez me llevaron inadvertidamente, contra mi voluntad, a los focos del Carnegie Hall. Siempre huí del éxito, Clarice, como el diablo huye de la cruz. Siempre quise ser aquel que no va al palco. El piano me ofrecía, de vuelta de la playa, un mundo insospechado, de amplia libertad; las notas estaban todas disponibles y yo presentí que abrían caminos, que todo era lícito, y que podría ir a cualquier lugar siendo íntegro.
De repente, ¿sabes?, aquello que se ofrece a un joven, el gran sueño del amor, estaba allí y este sueño tan inseguro era seguro, ¿no es cierto, Clarice? ¿Sabes que la flor no sabe que es flor? Me perdí y me encontré, mientras soñaba con los pechos de mi sirvienta a través del ojo de la cerradura. Eran hermosos sus pechos a través de la cerradura.
¿Tom, serías capaz de improvisar un poema que sirviese de letra para una canción?
El asintió y, después de una pequeña pausa, me dictó lo que sigue:
Teus olhos verdes são maiores que o mar.
Se um dia eu fosse tão forte quanto você eu te desprezaria e viveria no espaço.
Ou talvez então eu te amasse. Ai! Que saudades me dá a vida que nunca tive!...

Tus ojos verdes que son más grandes que el mar.
Si un día fuera tan fuerte como tú te despreciaría y viviría en el espacio.
O tal vez entonces te amase. ¡Ay! ¡Qué saudade me da la vida que nunca tuve!

¿Cómo sientes que va a nacer una canción?
Los dolores del parto son terribles. Golpear la cabeza contra la pared, sentir angustia, lo innecesario de lo necesario, son los síntomas de una nueva canción naciendo. Una canción me gusta más cuanto menos intervenga en ella. Cualquier resquicio de savoir-faire me aterra.
Gauguin, que no es uno de mis favoritos, dice una cosa que no se debe olvidar, por más dolor que nos ocasione. Es lo siguiente: “Cuando hayas alcanzado la destreza con tu mano derecha, pinta con la izquierda; cuando seas hábil también con la izquierda, pinta con los pies”. ¿Eso responde a tu terror hacia el savoir-faire?
Para mí esa destreza es muy útil, pero en última instancia la habilidad es inútil. Sólo la creación satisface. Verdad o mentira, yo prefiero una forma errada o incompleta que diga, a una forma hábil, diestra, “correcta”, que no diga…
¿Escoges a los intérpretes y a los colaboradores?
Cuando puedo escoger intérpretes, los escojo. Pero la vida va muy deprisa. Me gusta colaborar con gente que amo, Vinícius, Chico Buarque, João Gilberto, Newton Mendonça, etc… ¿Y tú?
Forma parte de mi profesión estar siempre sola, sin intérpretes y sin colaboradores. Fíjate, cada vez que terminaba de escribir un libro o un cuento, pensaba con desesperación y con toda certeza que nunca más escribiría nada.
Y tú, ¿qué sensación tienes cuando acabas de dar a luz una canción?
Exactamente la misma. Yo siempre pienso que muero después de los dolores de parto.
Llega la cerveza.
La cosa más importante del mundo es el amor, la cosa más importante para la persona como individuo es la integridad del alma, incluso aunque desde fuera pueda parecer sucia. Cuando el alma íntegra dice que sí, es sí, cuando dice que no, es no. Y a ver si eres capaz de dormir con un ruido como ése. A pesar de todos los santos, a pesar de todos los dólares. En cuanto a qué es el amor, el amor es darse, darse, darse. No darse de acuerdo con tu propio yo -mucha gente piensa que da y no está dando nada- sino de acuerdo con el yo de la persona amada. Quien no se da, se detesta a sí mismo, y se castra a sí mismo. El amor solo no tiene sentido.
¿Ha habido algún momento decisivo en tu vida?
Sólo hubo momentos decisivos en mi vida. Incluso tener que ir, a los 36 años, a los Estados Unidos, por fuerza de Itamarati, en esa época en la que a mí me gustaba estar en pijama de rayas, echado en una mecedora de mimbre, mirando el cielo azul con las nubes dispersas…
Muchas veces, en las creaciones en cualquier ámbito, se pueden notar tesis, antítesis y síntesis. ¿Sientes eso en tus canciones? Piensa.
Siento demasiado eso. Soy un matemático amoroso, carente de amor y de matemática. Sin forma no hay nada. Incluso en lo caótico hay forma.
¿Cuáles fueron las grandes emociones de tu vida como compositor y de tu vida personal?
Como compositor, ninguna. En mi vida personal, el descubrimiento del yo y del no-yo.
¿Cuál es el tipo de música brasileña que tiene éxito en el exterior?
Todos. El Viejo Mundo, Europa y los Estados Unidos están completamente agotados de temas, de fuerza, de virilidad. Brasil, a pesar de todo, es un país de alma extremadamente libre. Eso conduce a la creación, eso potencia los grandes estados del alma.

Sé que voy a amarte